Clara, una de las protagonistas de la Casa de los espíritus, la obra de Isabel Allende que nos transporta constantemente a lo largo del tiempo, solía escribir sus recuerdos, sus impresiones, sus vivencias, en lo que denominaba “Cuadernos de anotar la vida”.
Le parecía una forma muy eficaz de rescatar las cosas del pasado y sobrevivir al espanto.
En efecto, no podemos despreciar la relación tan directa que existe cuando relacionamos los hechos del pasado con el presente.
En este sentido, es habitual que amigos y conocidos me relaten sus experiencias cuando acuden a dar charlas con jóvenes a los institutos.
Se sorprenden por muchas actitudes, comportamientos, emisión de opiniones e ideas que, a los más adultos, nos parece que no entroncan con lo que entendemos debe ser su mentalidad.
Sin querer generalizar, pues existen amplias excepciones, queda mucho trabajo por hacer a la hora de extender y difundir el conocimiento y aplicación directa de los valores democráticos.
No debería ser normal detectar con tanta frecuencia determinadas pautas de actuación peligrosas para la consolidación de la democracia.
Nos preocupamos habitualmente por lo inmediato:la economía, la sanidad, la educación, las infraestructuras…. y dejamos de lado preocuparnos por profundizar en la importancia que tiene la libertad, la tolerancia, el respeto… Todo lo demás se iría al traste si no permanecen estos valores en nuestra sociedad.
Y sobre todo si se imponen ideas y corrientes políticas contrarias a la convivencia.
Se puede pensar que se trata de modas. Que la gente poco formada o menos madura opta por la rebeldía y que ésta puede estar representada por el sistema establecido.
La ruptura con los convencionalismos, la transgresión de las normas, el sentido o la visión radical de las cosas, es el pretexto para que predominen estas actitudes.
Por eso es importante, volver a recordar, como hacía Clara en sus Cuadernos de anotar la vida, que somos lo que fuimos. Que, aunque haya que repetirlo muchas veces, la alternativa al pluripartidismo, a la diversidad de ideas, de opciones y de modelos, es la dictadura del pensamiento único. Y lo que es peor el predominio de la fuerza sobre la razón.
El debate de la exclusión de los más débiles. El combate contra la solidaridad. El rechazo al ensalzamiento de los proyectos colectivos. Todo ello no puede dejar de preocuparnos porque entendamos que existen ( que las hay) otras prioridades. Insisto, no son incompatibles la lucha por la defensa de los valores democráticos con la obsesión por mejorar las condiciones habituales de vida de nuestros semejantes. Anotémoslo en nuestro Cuaderno de vida.
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